Viajeros, Temporada 3, Capítulo 2, Juanita.

Tolar Grande está ubicado a 355 kilómetros al sudoeste de la Ciudad de Salta, dentro del Parque Provincial de Fauna Los Andes, a 3.500 metros sobre el nivel del mar, en plena Puna Salteña. Cuando digo Puna, hablo de ese clima tan particular que no es para cualquiera. La falta de oxígeno se hace sentir y esta vez nos había pegado fuerte. La noche de nuestra llegada, no pudimos cenar, solo un caldo; la sensación es bastante fea, se pierde el apetito y en algunos casos, el dolor de cabeza suele ser tremendo. El hotel de la secretaría de Turismo era prácticamente nuevo. Éramos los únicos huéspedes y nos dejaron la llave de la puerta principal para que podamos cerrar y salir por la mañana. La temperatura por la noche era tremenda. Habíamos dejado una botella de agua mineral en la camioneta y por la mañana se encontraba congelada.

Para entrar y recorrer los distintos atractivos turísticos, es obligatorio contratar un guía turístico. La población estable está por debajo de los 200 habitantes. El Intendente vive en la Ciudad de Salta, una verdadera vergüenza aunque se trate de una mala práctica aceptada por la política salteña.

La secretaría de turismo ha capacitado a lugareños para que atiendan a los turistas y actúen como guías turísticos para los distintos recorridos que pueden realizarse en el lugar. Luego de presentarnos la mañana siguiente en la Secretaría de Turismo, la directora nos presentó a nuestra guía: Juanita.

Luego de conversar un poco, subimos los tres a la camioneta y partimos por el mismo camino que habíamos llegado para visitar Ojos de Mar, a solo 5 o seis kilómetros del pueblo.

Al llegar, Juanita descendió de la camioneta y nos esperó en la entrada marcada con un arco realizado con troncos. Al acercarnos, tomó su postura de guía y dijo: Hola, bienvenidos al Parque Provincial Fauna de los Andes, soy Juanita y voy a ser su guía.

Luego comenzó a contarnos sobre los Ojos de Mar, unas lagunas de agua transparente, emplazadas en un pequeño salar, que contienen bacterias y minerales llamados estromatolitos que tienen que ver con el inicio de la vida humana. Dejando la cuestión técnica y científica de lado, siendo que no es esto lo importante del relato, el paisaje y los colores de los Ojos de Mar, sumado a la amabilidad de Juanita, fueron los protagonistas del momento.

Ojos de Mar

Desde ese lugar, puede verse la cima del Llullallaco y a los fines fotográficos, es como llevar a un niño a una juguetería. La foto típica, es caminar alrededor de las lagunas y tomar fotos reflejadas en los espejos de agua.

El pico del Lullallaco
Ojos de Mar

Resultó particularmente inusual la presentación de Juanita, ya que veníamos desde el pueblo conversando, pero entendimos que debía realizar su presentación formal.

La cámara de mi mujer es una Nikon Reflex, tremenda bestia que hasta a mí me resulta un tanto compleja a la hora de tomar una foto. En este caso, la que se ofreció a retratarnos fue la mismísima Juanita. Claro que no le resultó nada fácil encuadrar, pero puso toda su buena voluntad.

El Encuadre

Finalizada la sesión fotográfica, subimos a la camioneta para dirigirnos al Salar de Arizaro y ver el majestuoso Cono de Arita. El viaje consistió en retomar hacia el pueblo y continuar por la RP27 unos kilómetros para luego desviar por un camino precario y hacer unos setenta kilómetros, después de atravesar el Salar de Arizaro, llegar a su extremo sur donde se encuentra el Cono de Arita, cerca de la Mina Arita.

Como es de imaginar, en estos lugares reina la paz y los sonidos son los naturales, el viento, algún pájaro solitario y no mucho más. En esta parte del relato, debo retroceder a la noche anterior, la de nuestra llegada y nuestro malestar general por el apunamiento. En Tolar, allá por 2013, sólo había un comedor en el pueblo. Se ubica a unas tres cuadras del hotel donde nos alojamos. Fuimos caminando, soportando las tremendas temperaturas bajo cero, pero que por nuestro estado, no nos venían nada mal. Al llegar al comedor, encontramos una pareja cenando, también turistas. Nos sentamos y de pronto apareció un contingente de turistas compuesto por mujeres, en su mayoría mayores de 40 años, acompañadas por dos guías de sexo masculino. Entraron cual barras bravas a un estadio. No podíamos creer tener tan mala suerte. Se sentaron a la mesa; una mesa larga preparada especialmente. Desde que pusieron sus culos en las sillas hasta que nos retiramos, no pararon de hablar todas a la vez, a los gritos; parecían estar todas alzadas, tratando de disputarse la escasa carne masculina que tenían para las quince o veinte desaforadas.

Bebimos un caldo y nos retiramos; a esa altura, era peor el malestar por estas desubicadas que por el apunamiento.

Volviendo al Salar de Arizaro y el Cono de Arita, Juanita sugirió no detenernos en el cono, sino continuar unos pocos kilómetros más hasta una cuesta en asenso para poder apreciar el indescriptible paisaje desde lo alto. Descendimos de la camioneta y nos dispusimos a observar lo que trataré de describir: una meseta donde sólo hay tierra y sal y en medio, un cono casi perfecto que se eleva solitario en la inmensidad. Esa era la foto que buscábamos; habíamos visto este paisaje en fotografías en la red, pero estar allí no puede explicarse.

Cono de Arita

Pero claro, no todo es belleza. Allí estaba la manada de mujeres hambrientas con sus dos guías, rompiendo el silencio; contaminándonos con sus cigarrillos y lo que es peor rompiéndonos las pelotas. Por supuesto que uno trata de poner la mejor onda para concentrarse en lo importante, pero demostrando nuestro nulo interés en relacionarnos con gente que claramente no respeta a nadie e impone su modo de vivir a terceros. Juanita, ciertamente se encontraba muy incómoda y no emitía palabra. Fue entonces que le dije, otra vez las hurracas y echó a reír con complicidad.

Subimos a la camioneta y volvimos para parar frente al Cono. Descendimos de la camioneta; juanita se alejó, tomó su postura y volvió a decir: hola, buenas tardes, estamos en el Cono de Arita, mi nombre es Juanita y seré su guía.

Como buenas personas, la saludamos y escuchamos atentamente su explicación. Nos sugirió las fotos típicas que no hay que perderse de tomar allí y eso hicimos. Nos quedamos un buen rato, disfrutando del lugar y los sonidos de la naturaleza y la compañía de nuestra amable y simpática guía. Fue un momento inolvidable.

Emprendimos el regreso con la tarde cayendo. Mientras manejaba, iba apreciando a mi derecha la vista al pico del majestuoso Llullallaco. En un momento me detuve para tomar una foto con mi celular sin bajarme; cuando retomé la marcha, mi mujer y juanita, estaban dormidas.  

El Llullalliaco desde el Salar de Arizaro (Fotos de Celular con zoom, malísima)

Llegamos a Tolar, dejamos a Juanita en su casa y nos dirigimos al hotel. Por la noche, volvimos al comedor para repetir la situación de la noche anterior. Cuando llegamos, Juanita salió de la cocina y vino a saludarnos, y dijo, están otra vez las hurracas! Reímos con complicidad.

Nuevamente bebimos caldo, aún no podíamos recuperarnos del apunamiento, aunque solo se trataba del malestar estomacal y falta de apetito, pero no nos impedía disfrutar el día.

En un momento, las hurracas trataron de integrarnos a su ruidosa forma de cenar; no recuerdo exactamente qué nos dijeron; la otra pareja también estaba esa noche e igual de incómodos que nosotros. Se hizo un silencio y les dije: anoche y hasta ahora, nos obligaron a pasarla como ustedes acostumbran; les propongo que ahora la pasemos como queremos nosotros, conversando en voz baja sin molestar a los demás. Nos quedamos unos minutos más, y luego nos retiramos.

Fuimos a dar una vuelta por el pueblo. La temperatura que marcaba la camioneta era de 11 grados bajo cero. Paramos en un lugar, descendimos de la camioneta como para sentir el frío. Al pasar unos 15 segundos, sentimos que comenzábamos a congelarnos; las piernas dolían y se comenzaban a poner rígidas, por lo que corrimos a la camioneta para recuperarnos. Dimos una vuelta más por el pueblo; no son más de 200 metros para un lado y para el otro y regresamos al hotel para descansar.

Hasta aquí llegamos con los relatos.

Pronto seguiré escribiendo.

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