La Buena Moza y una práctica olvidada

Este recorrido no tenía demasiadas expectativas, volver a Alsina para ver los silos de ¨La Metódica¨, motivados por la película ¨La Odisea de los Giles¨, pasar por Río Tala para volver a ver un Lapacho que solemos ir a ver en primavera y aprovechar para recorrer la estación de ferrocarril a la que nunca le sacamos fotos.

Desde allí, llegar a La Buena Moza, un paraje de San Pedro de los pocos que nos falta conocer en un radio de 300 kilómetros desde nuestra casa.

Al salir de Río Tala, tomamos por la antigua RN9; el GPS que suelo usar más que nada para guardar los trayectos realizados, comenzó a porfiarme el recorrido; paramos a un costado de la ruta y entendí que estábamos tomando rumbo norte cuando nuestro destino era noroeste. Decidí cortar por el medio del campo por una huella que nos sacaría nuevamente a la AU9, unos 8 kilómetros por el medio de hermosos campos con plantaciones de cítricos típicos de la zona.

Luego de unos 5 kilómetros de autopista, salimos por una huella al costado de la banquina y entramos por un camino arbolado y angosto que claramente no era el acceso principal a La Buena Moza. Hicimos unos mil doscientos metros y llegamos al paraje pasando por la esquina de Casa Torrillo, una antigua almacén de Ramos Generales fundada allá por 1925.

Giramos a la derecha para tomar la calle principal; a unos metros pasamos un antiguo taller llamado Piragua; del otro lado de la calle, cuatro hombres conversando a la sombra, apoyados en un VW Senda, tomando algún ¨refresco¨. Saludamos y continuamos para llegar al final del paraje y retornar para el ritual de tomar fotografías. Unos doscientos metros adelante, otro Lapacho, espectacular, aunque plantado frente a un pequeño almacén y unos cables que le quitaban algo de interés fotográfico, preferible disfrutar su esplendor. Sobre la banquina derecha, manzanilla, otro regalo de la naturaleza que estábamos buscando para nuestro té digestivo nocturno. Más adelante noté que sobre la izquierda la manzanilla abundaba y ya no estaríamos a la vista de los lugareños y podríamos llenar la bolsita que Ro había llevado para tal fin.

Volvimos al paraje y estacionamos la moto frente a lo que quiso ser una capilla y solo quedó como un altar cubierto de pastizales.

En ese momento se nos acercó Samuel quien se había apartado del grupo de personas que vimos al ingresar y nos preguntó, ¨ ¿chicos, están perdidos? ¨.

Le explicamos que no, que solo queríamos hacer unas fotos y que sabíamos que estábamos en La Buena Moza.

Luego de realizar las primeras fotos, le propuse a Ro, dejar allí la moto y caminar hasta el taller y almacén El Torrillo. Cruzamos la calle y al pasar frente a los muchachos, les pedí permiso para ir a tomar unas fotos de estos lugares. Fue en ese momento que nos pidieron que les saquemos fotos a ellos y nos acercamos.

Nos preguntaron de dónde éramos y qué hacíamos allí, claramente no es un paraje muy visitado por forasteros. Uno de ellos se acercó y nos preguntó si éramos políticos, a lo que respondí, ¨¿no, no se da cuenta que no le hemos prometido nada?¨.

Comenzamos una charla donde básicamente les contamos que nos dedicamos a conocer cada rincón de nuestra Argentina y a su gente. Caí pronto en la cuenta de que la pandemia nos había quitado eso, el relacionarnos con los lugareños y así conocer un poco más de la vida en el interior profundo.

Freddy, pensó que podríamos ser famosos y nos preguntó si publicaríamos las fotos que les tomamos, me facilitó su celular para que le deje mi canal de Youtube y el Instagram de Roxana; eso hicimos y prometimos subir la foto.

Hablamos de parajes aledaños, de automovilismo y la realidad de La Buena Moza y de nuestro Don Torcuato, la falta de agua potable y las promesas de los políticos.

Freddy, nativo de La buena Moza, trabaja en una empresa de cítricos de la zona como operario del elevador, lo dice con orgullo y no es para menos.

Mamani, nacido en Avellaneda Pcia. De Buenos Aires y llegado a la Buena Moza hace unos tres o cuatro años, nos comentaba que, si conseguía las firmas de los otros tres muchachos y algunas más, llevaría agua potable a La Buena Moza; nos contó que era más Radical que Peronista, pero como decía Perón y lanzó la frase, ¨la gente es buena, pero si se la controla es mejor aún¨.

Mientras hice un vídeo para que me dejen sus nombres, otro muchacho se acercó a Roxana y le comentó que el perro que se le había cercado amistosamente justamente había sido bautizado por él como ¨amigo¨, por haber aparecido sin más en el paraje y mostrarse amigable. Le comentó a Roxana que su hermana soñaba con ser fotógrafa, pero el alboroto que estaba causando al hacer el vídeo no le permitió continuar la conversación.

Freddy nos sugirió que vayamos hasta el siguiente puente rumbo norte y que entremos a conocer Las Tablas, un paraje aún más chico que La Buena Moza.

Taller Piragua y Almacén Torrillo, La buena Moza

Nos despedimos, procedimos a las tomas fotográficas y partimos hacia Las Tablas, con la promesa de volver a La Buena Moza y eso haremos.

Llegamos a Las Tablas, nadie en la calle, mucha serenidad y campo alrededor, un lugar realmente apacible.

Las Tablas

Era temprano para regresar a casa, por lo que decidimos cruzar la autopista y seguir por ese camino de tierra hasta Colonia Velaz para volver por tercera vez a ese increíble paraje y desde allí a El Descanso, para buscar las ruinas de la estación de ternes que, a pesar de haber pasado tres veces por el lugar, nunca nos habíamos detenido a buscarla y tampoco a tomar fotos del paraje. Un lapacho nos sorprendió y la escuela, iluminada con el sol en caída, nuevamente fueron escenario para un momento inolvidable.

El Descanso
Escuela Primaria 17, El Descanso

Salimos por otro camino que sigue de lejos el curso del Arroyo Tala y nos dejaría en la AU RN 9 luego de unos 30 kilómetros de tierra en lugar de hacerlo por Santa Lucía, pueblo que hemos visitado varias veces.

Luego de cruzar un puente sobre el Arroyo Tala unos kilómetros más adelante nos sorprendieron una lomada; la moto quedó en el aire y nosotros también, separados del asiento. caímos sin problemas y unos doscientos metros más adelante, Roxana me propuso regresar para intentar unas fotos con la moto en el aire.

Fue un paseo sin muchos planes que resultó muchísimo mejor de lo esperado.

Quisiera volver para conversar con Freddy, un joven amable y trabajador, nativo de La Buena Moza, esas personas que silenciosamente aportan al sostenimiento de la actividad productiva, algo que contrasta con la decadencia que hemos encontrado en tantos otros lugares.

Dejo aquí. Esto continuará.

Compremos una moto

Se acercaba Semana Santa de 2016 y pensamos viajar a Salta para pasar unos días allí. Saldríamos en avión desde Buenos Aires para alquilar una moto en Salta y desde allí viajar a Cachi y alojarnos en La Paya.

Llamé a nuestro amigo Carlos de Moto Alquiler Salta para alquilar nuevamente una Yamaha XTZ 250 como la habíamos hecho en otras oportunidades. Cuando me comuniqué, me sugirió alquilar una Honda Falcon NX 400, según él sería más cómoda y con un poco más de autonomía para lo que sabía que solíamos hacer.

Luego de hablar con él, me dispuse a buscar información sobre esta moto siendo que no era ¨del palo¨ y que sólo habíamos montado la XTZ en dos oportunidades anteriores. Al ver que se trataba de una moto más grande, volví a llamar a Carlos y le pregunté si no sería demasiado, si no sería muy pesada para mi corta experiencia en este ambiente de las motos y sobre todo, de nuestra constante vocación de aventura e ir por caminos de tipio o huellas para llegar a lugares remotos. Carlos me dijo que la diferencia no era importante y que no iba a tener problemas; suficiente para mi.

Siendo que faltaba como un mes para el viaje, me dispuse a mirar los precios de estas motos y me di cuenta que era una moto que estaba a nuestro alcance. Le propuse a mi mujer comprar una moto para hacer algunos recorridos por los alrededores de Buenos Aires, meternos por algunos caminos de tierra y cortar la semana yendo al Tigre a comer unos sanguchitos al lado del río.

Pasados unos días en esta inexperta búsqueda y con mucha ansiedad, empecé a llamar por teléfono por algunos avisos. Surgió un viaje relámpago a San Francisco, Pcia. de Córdoba, para ir a buscar un documento de mi abuelo. Estando allí, a una cuadra del hotel, había una agencia de motos y en la puerta, una Honda Falcon NX 400, color negro, hermosa, impecable, como nueva. Con bastante temor y siempre teniendo en cuenta mi ignorancia en la materia, pasamos 5 veces frente a la moto, hasta que me animé a entrar y preguntar por el precio; estaba un poco más carita de lo que tenía pensado, pero me quedé mirándola como un niño ante ese juguete deseado.

Volvimos a casa unos días después; la ansiedad era cada vez mayor. Quería comprar esa moto.

Llegó el día de viajar a Salta. Allí nos esperaba Carlos y me dio a escoger entre dos Honda que tenía para ofrecerme, una cos baúl y otra sin él. Debido a nuestro equipaje, decidimos por la que no tenía baúl.

Atamos la valija y partimos rumbo a Cachi. La primea impresión sobre la moto fue muy buena, sobre todo para mi mujer quien se sentía mucho más cómoda en ese asiento que en el de la XTZ que era duro como una tabla.

Ya en la ruta, notaba un poquito más de potencia, no gran cosa, pero sí mucha docilidad y un muy cómodo andar. Al llegar al ripio, me enamoré; realmente iba muy bien. Luego de la Piedra del Molino, a unos 10 kilómetros, tomamos el camino a Amblayo. El camino tenía varios cortes por algunos pasos de agua que habría pasado en los últimos días de verano por las clásicas tormentas en altura. La moto se comportaba muy bien y pudimos pasar sin problemas.

Camino a Amblayo

Así llegamos a Cachi y a medida que hacía más kilómetros en off road, más me gustaba la moto. Al día siguiente, volvimos hacia el camino que lleva a Amblayo, pero esta vez tomamos el desvío a la derecha para ir a la Mina Don Otto.

Desvío Isonsa/Amblayo o Mina Don Otto

El cielo se mostraba de un azul intenso; el camino se iba poniendo cada vez más duro ya que era muy poco transitado. faltando unos 15 kilómetros para llegar al remoto lugar, nos encontramos un el lecho de un río seco por donde debíamos pasar y allí tuvimos el primer aterrizaje. Realmente me sorprendió y antes de reaccionar ya estábamos los dos en el piso con la moto encima. Intentamos seguir pero volvimos al piso. Mi mujer se bajó y prefirió caminar; por mi parte, subí a la moto y como pude terminé de cruzar. Pero el panorama hacia adelante era desalentador; debíamos transitar varias veces más por ese río seco, con mucho material suelto que hacía que las ruedas se encajen en la arena. Decidimos que no valía la pena y pegamos la vuelta.

Al mirar hacia el norte, nos dimos cuenta que teníamos una gran tormenta por delante. Salimos del arenal y traté de ir lo más rápido posible para llegar al asfalto antes de la tormenta, pero fue sin éxito. Unos minutos más tarde comenzó a soplar el viento, el cielo se pudo negro y comenzó a granizar. En pocos minutos y con piedras de pequeño tamaño, como de un centímetro de diámetro, el camino se cubrió de blanco, dificultando la visión pero sobre todo, entender qué era camino y qué era banquina. El impacto de las piedras en las rodillas y las manos se hacía insoportable, pero no pensaba en detenernos, no había dónde refugiarnos y si la cosas se ponía peor, pondríamos en juego nuestra vida. La temperatura descendió abruptamente, pero no estaba dispuesto a parar.

Fueron unos diez minutos cuando por fin, llegamos a la bifurcación hacia Amblayo. Sabía que nos quedaba una recta de unos 10 kilómetros para llegar al asfalto y sabía que esta parte era más plana y sin mayores complicaciones. Faltando unos 5 kilómetros, el granizo pasó a ser lluvia y así llegamos al cruce con la RP33, lugar donde hay un refugio bastante grande donde paran los colectivos locales.

Allí paramos a espera que pare la lluvia y reponernos del difícil momento vivido. Secamos los guantes, las medias, las zapatillas y descansamos un rato. Claramente la rompa es lo más importante para este tipo de aventuras, pero no estábamos muy bien equipados.

Regresando

Volver de las vacaciones suele ser algo triste o generar algo de nostalgia, sobre todo cuando lo vivido fue tan fuerte.
Hace un año emprendíamos el regreso a casa, en dos etapas. El día previo habíamos compartido la celebración de la Pachamama, en una casa de una reconocida familia de Cachi, gracias a la gentil intervención de Virginia Ruiz Moreno.

Cargados de tantas cosas buenas y luego de haber disfrutado de un día típico de invierno cacheño, a pleno sol y cielo azul, debíamos encarar a la mañana siguiente la primera etapa del regreso a casa.

Desde La Paya se puede ver el estado del tiempo en la zona alta de Cachipampa y predecir lo que encontraríamos en la mítica Cuesta del Obispo.

El ripio suele esconder el hielo debajo de las pequeñas piedras y ya lo habíamos probado unos días antes en la zona de La Poma, luego de una violenta derrapada, sin consecuencias.

El panorama anunciaba una posible nevada y probablemente, hielo en cada cruce de los arroyos que bajan de los cerros y cruzan la increíblemente pintoresca RP33.

Me repetía una y otra vez que este regreso no sería nada nostálgico sino una aventura más del quinto viaje en moto desde casa al NOA. Casi 700 kilómetros, donde los primero 150 serían durísimos, para llegar a Pinto y descansar habiendo cumplido la primar etapa.

Aprendí a disfrutar de los viajes en moto, luego de dejar detrás esa otra forma de viajar en la que regresar, era hacerlo lo más pronto posible para que cueste menos. Ahora y gracias a Roxana, el regreso sería parte del viaje y que además, debería tener algunos desvíos para disfrutar de alguna cosa más,

Pero la mañana del 2 de agosto se presentó helada y con nubes de nieve en la zona alta por la que debíamos pasar. Mi plan era simple, evitar cualquier situación de riesgo, porque en mi espalda está ella, mi mujer, mi amada mujer.

Con un panorama poco alentador y mientras acomodaba el equipaje en La guapa, una tenue nevisca comenzó a caer para confirmar que lo que vía desde allí no era un pronóstico, sino un hecho.

Salimos de La Paya con sol pero temperaturas muy bajas. Mi mente estaba en paz, sin esas preocupaciones que podrían quitarme el placer de lo que estábamos por hacer. Un año atrás, me encontraba postrado recuperándome de una fractura de rodilla que aún me avisa que nada es fácil, por lo que no estaba dispuesto a dejar que nada me quite la felicidad de estar con mi mujer, montado en una moto, en paisajes únicos, disfrutando de un viaje que terminaría al llega a casa.

En este preciso instante, Roxana me acerca un café que acaba de preparar con un toque de chocolate y me cae una lagrima de felicidad.

Pasamos Cachi y encaramos la RN40 hacia Payogasta; allí pasamos cerca de lo de Maxi, un amigazo que conocimos un año antes, pero ya nos habíamos despedido el día anterior. Saliendo de Payogasta, encaramos la RP33 y comenzamos la trepada hacia Agua de los Loros. El sol se iba perdiendo en la nubosidad y el frío comenzaba a atacarme el único punto vulnerable, la punta de los dedos de mis manos. La sinuosidad del camino hacía que mis sentidos estén todos enfocados a observar el pavimento y detectar las zonas brillantes que, seguramente, serían finas capas de hielo; como siempre ocurre, se encuentran en el radio de giro. No piero la concentración y con movimientos del cuerpo los voy esquivando. Como siempre, Ro no genera ningún contrapeso ni estorbo y no lo digo mal, lo digo como algo natural de alguien que va de copiloto en una moto y que no se sostiene más que son su equilibrio. Por los intercomunicadores le voy contando o que veo.

Pasamos la Recta del Tin Tin y ya en Cahipampa, podía ver la espesa nubosidad delante y los campos blancos a los lados, congelados. Mi plan era simple, si la cosa se ponía mal, retornar a Cachi y volver por la RN40 hasta Cafayate y salir por Tucumán.

Llegamos a la Piedra del Molino; la punta de mis dedos ya no eran mías, no las sentía y ahí nos detuvimos para hacer estas fotos. Mientras, con la moto en marcha, calentaba mis dedos en la salida del escape para poder revivirlos; el resto del cuerpo, sin problemas.. La nevisca era más intensa y el paisaje, tan conocido por nosotros, se mostraba impactante.

Retomamos la marcha y empezamos el descenso, dejando el asfalto detrás para entrar en el ripio y las curvas de 180°. Cruzamos el primer arroyo; siempre están en las peores curvas; tomé la precaución de hacerlo en forma perpendicular con unos movimientos de cintura; es común que debajo del agua transparente, una capa de hielo nos deje con el traste al norte a los dos y la moto, claro.

Sin problemas, seguimos y con marcha firme. Hacia adelante, el tiempo parecía mejorar y dejábamos atrás la peor parte.

De pronto, un zorro salió del cerro y a todo galope por el medio de la ruta, salió hacia la derecha y se perdió entre las rocas.

Todo lo complicado quedó detrás. El sol nos recibió al pasar por la Quebrada de Escoipe y al entrar al asfalto, todo estaba bien.

Nos detuvimos en Chicoana; allí y frente a la plaza, un bar y heladería es el lugar ideal para comprar un buen sandwich de jamón crudo hecho en el momento.

Ahora sí, nos queda cruzar la Ciudad de Salta para luego ir dejando detrás las serranías salteñas, cruzar el extremo noreste de Tucumán y entrar a la Provincia de Santiago del Estero para cerrar la primera etapa del regreso. Allí nos espera Dalina en la localidad de Pinto y el restaurante de ruta El Padrino, para reponer fuerzas en la noche.

Hermoso.