Regresando

Volver de las vacaciones suele ser algo triste o generar algo de nostalgia, sobre todo cuando lo vivido fue tan fuerte.
Hace un año emprendíamos el regreso a casa, en dos etapas. El día previo habíamos compartido la celebración de la Pachamama, en una casa de una reconocida familia de Cachi, gracias a la gentil intervención de Virginia Ruiz Moreno.

Cargados de tantas cosas buenas y luego de haber disfrutado de un día típico de invierno cacheño, a pleno sol y cielo azul, debíamos encarar a la mañana siguiente la primera etapa del regreso a casa.

Desde La Paya se puede ver el estado del tiempo en la zona alta de Cachipampa y predecir lo que encontraríamos en la mítica Cuesta del Obispo.

El ripio suele esconder el hielo debajo de las pequeñas piedras y ya lo habíamos probado unos días antes en la zona de La Poma, luego de una violenta derrapada, sin consecuencias.

El panorama anunciaba una posible nevada y probablemente, hielo en cada cruce de los arroyos que bajan de los cerros y cruzan la increíblemente pintoresca RP33.

Me repetía una y otra vez que este regreso no sería nada nostálgico sino una aventura más del quinto viaje en moto desde casa al NOA. Casi 700 kilómetros, donde los primero 150 serían durísimos, para llegar a Pinto y descansar habiendo cumplido la primar etapa.

Aprendí a disfrutar de los viajes en moto, luego de dejar detrás esa otra forma de viajar en la que regresar, era hacerlo lo más pronto posible para que cueste menos. Ahora y gracias a Roxana, el regreso sería parte del viaje y que además, debería tener algunos desvíos para disfrutar de alguna cosa más,

Pero la mañana del 2 de agosto se presentó helada y con nubes de nieve en la zona alta por la que debíamos pasar. Mi plan era simple, evitar cualquier situación de riesgo, porque en mi espalda está ella, mi mujer, mi amada mujer.

Con un panorama poco alentador y mientras acomodaba el equipaje en La guapa, una tenue nevisca comenzó a caer para confirmar que lo que vía desde allí no era un pronóstico, sino un hecho.

Salimos de La Paya con sol pero temperaturas muy bajas. Mi mente estaba en paz, sin esas preocupaciones que podrían quitarme el placer de lo que estábamos por hacer. Un año atrás, me encontraba postrado recuperándome de una fractura de rodilla que aún me avisa que nada es fácil, por lo que no estaba dispuesto a dejar que nada me quite la felicidad de estar con mi mujer, montado en una moto, en paisajes únicos, disfrutando de un viaje que terminaría al llega a casa.

En este preciso instante, Roxana me acerca un café que acaba de preparar con un toque de chocolate y me cae una lagrima de felicidad.

Pasamos Cachi y encaramos la RN40 hacia Payogasta; allí pasamos cerca de lo de Maxi, un amigazo que conocimos un año antes, pero ya nos habíamos despedido el día anterior. Saliendo de Payogasta, encaramos la RP33 y comenzamos la trepada hacia Agua de los Loros. El sol se iba perdiendo en la nubosidad y el frío comenzaba a atacarme el único punto vulnerable, la punta de los dedos de mis manos. La sinuosidad del camino hacía que mis sentidos estén todos enfocados a observar el pavimento y detectar las zonas brillantes que, seguramente, serían finas capas de hielo; como siempre ocurre, se encuentran en el radio de giro. No piero la concentración y con movimientos del cuerpo los voy esquivando. Como siempre, Ro no genera ningún contrapeso ni estorbo y no lo digo mal, lo digo como algo natural de alguien que va de copiloto en una moto y que no se sostiene más que son su equilibrio. Por los intercomunicadores le voy contando o que veo.

Pasamos la Recta del Tin Tin y ya en Cahipampa, podía ver la espesa nubosidad delante y los campos blancos a los lados, congelados. Mi plan era simple, si la cosa se ponía mal, retornar a Cachi y volver por la RN40 hasta Cafayate y salir por Tucumán.

Llegamos a la Piedra del Molino; la punta de mis dedos ya no eran mías, no las sentía y ahí nos detuvimos para hacer estas fotos. Mientras, con la moto en marcha, calentaba mis dedos en la salida del escape para poder revivirlos; el resto del cuerpo, sin problemas.. La nevisca era más intensa y el paisaje, tan conocido por nosotros, se mostraba impactante.

Retomamos la marcha y empezamos el descenso, dejando el asfalto detrás para entrar en el ripio y las curvas de 180°. Cruzamos el primer arroyo; siempre están en las peores curvas; tomé la precaución de hacerlo en forma perpendicular con unos movimientos de cintura; es común que debajo del agua transparente, una capa de hielo nos deje con el traste al norte a los dos y la moto, claro.

Sin problemas, seguimos y con marcha firme. Hacia adelante, el tiempo parecía mejorar y dejábamos atrás la peor parte.

De pronto, un zorro salió del cerro y a todo galope por el medio de la ruta, salió hacia la derecha y se perdió entre las rocas.

Todo lo complicado quedó detrás. El sol nos recibió al pasar por la Quebrada de Escoipe y al entrar al asfalto, todo estaba bien.

Nos detuvimos en Chicoana; allí y frente a la plaza, un bar y heladería es el lugar ideal para comprar un buen sandwich de jamón crudo hecho en el momento.

Ahora sí, nos queda cruzar la Ciudad de Salta para luego ir dejando detrás las serranías salteñas, cruzar el extremo noreste de Tucumán y entrar a la Provincia de Santiago del Estero para cerrar la primera etapa del regreso. Allí nos espera Dalina en la localidad de Pinto y el restaurante de ruta El Padrino, para reponer fuerzas en la noche.

Hermoso.

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