Compremos una moto

Se acercaba Semana Santa de 2016 y pensamos viajar a Salta para pasar unos días allí. Saldríamos en avión desde Buenos Aires para alquilar una moto en Salta y desde allí viajar a Cachi y alojarnos en La Paya.

Llamé a nuestro amigo Carlos de Moto Alquiler Salta para alquilar nuevamente una Yamaha XTZ 250 como la habíamos hecho en otras oportunidades. Cuando me comuniqué, me sugirió alquilar una Honda Falcon NX 400, según él sería más cómoda y con un poco más de autonomía para lo que sabía que solíamos hacer.

Luego de hablar con él, me dispuse a buscar información sobre esta moto siendo que no era ¨del palo¨ y que sólo habíamos montado la XTZ en dos oportunidades anteriores. Al ver que se trataba de una moto más grande, volví a llamar a Carlos y le pregunté si no sería demasiado, si no sería muy pesada para mi corta experiencia en este ambiente de las motos y sobre todo, de nuestra constante vocación de aventura e ir por caminos de tipio o huellas para llegar a lugares remotos. Carlos me dijo que la diferencia no era importante y que no iba a tener problemas; suficiente para mi.

Siendo que faltaba como un mes para el viaje, me dispuse a mirar los precios de estas motos y me di cuenta que era una moto que estaba a nuestro alcance. Le propuse a mi mujer comprar una moto para hacer algunos recorridos por los alrededores de Buenos Aires, meternos por algunos caminos de tierra y cortar la semana yendo al Tigre a comer unos sanguchitos al lado del río.

Pasados unos días en esta inexperta búsqueda y con mucha ansiedad, empecé a llamar por teléfono por algunos avisos. Surgió un viaje relámpago a San Francisco, Pcia. de Córdoba, para ir a buscar un documento de mi abuelo. Estando allí, a una cuadra del hotel, había una agencia de motos y en la puerta, una Honda Falcon NX 400, color negro, hermosa, impecable, como nueva. Con bastante temor y siempre teniendo en cuenta mi ignorancia en la materia, pasamos 5 veces frente a la moto, hasta que me animé a entrar y preguntar por el precio; estaba un poco más carita de lo que tenía pensado, pero me quedé mirándola como un niño ante ese juguete deseado.

Volvimos a casa unos días después; la ansiedad era cada vez mayor. Quería comprar esa moto.

Llegó el día de viajar a Salta. Allí nos esperaba Carlos y me dio a escoger entre dos Honda que tenía para ofrecerme, una cos baúl y otra sin él. Debido a nuestro equipaje, decidimos por la que no tenía baúl.

Atamos la valija y partimos rumbo a Cachi. La primea impresión sobre la moto fue muy buena, sobre todo para mi mujer quien se sentía mucho más cómoda en ese asiento que en el de la XTZ que era duro como una tabla.

Ya en la ruta, notaba un poquito más de potencia, no gran cosa, pero sí mucha docilidad y un muy cómodo andar. Al llegar al ripio, me enamoré; realmente iba muy bien. Luego de la Piedra del Molino, a unos 10 kilómetros, tomamos el camino a Amblayo. El camino tenía varios cortes por algunos pasos de agua que habría pasado en los últimos días de verano por las clásicas tormentas en altura. La moto se comportaba muy bien y pudimos pasar sin problemas.

Camino a Amblayo

Así llegamos a Cachi y a medida que hacía más kilómetros en off road, más me gustaba la moto. Al día siguiente, volvimos hacia el camino que lleva a Amblayo, pero esta vez tomamos el desvío a la derecha para ir a la Mina Don Otto.

Desvío Isonsa/Amblayo o Mina Don Otto

El cielo se mostraba de un azul intenso; el camino se iba poniendo cada vez más duro ya que era muy poco transitado. faltando unos 15 kilómetros para llegar al remoto lugar, nos encontramos un el lecho de un río seco por donde debíamos pasar y allí tuvimos el primer aterrizaje. Realmente me sorprendió y antes de reaccionar ya estábamos los dos en el piso con la moto encima. Intentamos seguir pero volvimos al piso. Mi mujer se bajó y prefirió caminar; por mi parte, subí a la moto y como pude terminé de cruzar. Pero el panorama hacia adelante era desalentador; debíamos transitar varias veces más por ese río seco, con mucho material suelto que hacía que las ruedas se encajen en la arena. Decidimos que no valía la pena y pegamos la vuelta.

Al mirar hacia el norte, nos dimos cuenta que teníamos una gran tormenta por delante. Salimos del arenal y traté de ir lo más rápido posible para llegar al asfalto antes de la tormenta, pero fue sin éxito. Unos minutos más tarde comenzó a soplar el viento, el cielo se pudo negro y comenzó a granizar. En pocos minutos y con piedras de pequeño tamaño, como de un centímetro de diámetro, el camino se cubrió de blanco, dificultando la visión pero sobre todo, entender qué era camino y qué era banquina. El impacto de las piedras en las rodillas y las manos se hacía insoportable, pero no pensaba en detenernos, no había dónde refugiarnos y si la cosas se ponía peor, pondríamos en juego nuestra vida. La temperatura descendió abruptamente, pero no estaba dispuesto a parar.

Fueron unos diez minutos cuando por fin, llegamos a la bifurcación hacia Amblayo. Sabía que nos quedaba una recta de unos 10 kilómetros para llegar al asfalto y sabía que esta parte era más plana y sin mayores complicaciones. Faltando unos 5 kilómetros, el granizo pasó a ser lluvia y así llegamos al cruce con la RP33, lugar donde hay un refugio bastante grande donde paran los colectivos locales.

Allí paramos a espera que pare la lluvia y reponernos del difícil momento vivido. Secamos los guantes, las medias, las zapatillas y descansamos un rato. Claramente la rompa es lo más importante para este tipo de aventuras, pero no estábamos muy bien equipados.

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