Capítulo 8. Entrada triunfal.
Por primera vez desde que salimos de Salta, nos encontrábamos en un hotel de Lujo. La recepcionista nos tuvo mucha compasión y nos permitió dejar la moto en la entrada principal bajo techo. Era el día de la partida y costaba salir de un ambiente seco, confortable y con muy buena comida y atención. Nuestro viaje debía continuar, nuevamente con rumbo oeste para ingresar a la Puna y ver si podíamos concretar la parte final de nuestro viaje. Debíamos llegar a la tarde a San Antonio de los Cobres, hacer noche allí y salir a la mañana siguiente rumbo a Tolar Grande.
Costó mucho dejar la zona de confort, pero ésta vez le haríamos frente a las lluvias con los ponchos que habíamos fabricado con las bolsas y nuestras botas de goma que nos protegerían los pies. Nuestro aspecto no era de motociclistas experimentados; claro, tampoco lo éramos; más bien podíamos ser confundidos con lugareños. No nos interesaba en lo más mínimo cómo nos veríamos, solo queríamos continuar viaje y así partimos por la RN52. Primera parada, Salinas Grandes por la pintoresca cuesta de Lipan.
Salimos de Purmamarca con el cielo cubierto y una leve llovizna intermitente. Ningún problema, todo el equipo improvisado cumplía con su función. El paisaje ya era conocido de viajes anteriores, pero en moto es otra cosa, a pesar de la falta de sol y el frío.
A medida que íbamos ganando altura, el frío se hacía sentir un poco más en mis manos; el resto del cuerpo y sobre todo, los pies, sin problemas. Sigue la intermitente llovizna, pero al llegar a la zona del Abra a los cuatro mil doscientos metros sobre el nivel del mar, la llovizna se transformó en aguanieve. A esa altura el viento se hizo presente con ráfagas de mucha intensidad. Las pequeñas gotas congeladas se sentían como agujas en las partes del cuello y cara que quedaban expuestas; debí transitar sin el visor del casco porque se congelaba con el vapor de la respiración; ese tramo fue duro, muy duro.
Una vez comenzado el descenso hacia las Salinas Grandes, el viento calmó y la llovizna y agua nieve quedaron del lado este de los cerros. Hacía frío, mucho frío y mis guantes mojados me habían congelado las manos. Transitamos los veinte kilómetros hasta las Salinas a no más de 70 y 80 kilómetros por hora y así llegamos al lago. Si, al lago. No había salinas. Todo era un gran lago de unos treinta o cuarenta centímetros de profundidad. De todos modos, tomamos unas fotos; descansamos un poco y continuamos camino.

Retrocedimos unos cuatro kilómetros por la RN52 hasta tomar la antigua RN40 hacia el sur para llegar a San Antonio de los Cobres, unos noventa y cinco kilómetros duros por ripio con mucho serrucho; al menos, así lo recordaba.
El camino estaba bastante bueno con los serruchos que ya conocíamos; el cielo totalmente cubierto pero sin lluvias ni vientos molestos. Al oeste se veían las salinas y al fondo los picos nevados. Pasamos el paraje Tres Morros sin problemas. Luego un curso de agua, pasaba por sobre el camino; nada que alarme. Mientras avanzábamos veía las salinas al oeste como un espejo de agua y también comencé a ver otro espejo de agua a lo lejos en el mismo sentido que circulábamos. Pensé que sería alguna curva y que sería parte de las salinas; pero a medida que nos acercábamos, noté que se trataba de agua sobre el camino.



Al llegar al punto de encuentro, se trataba de agua que venía corriendo hacia nosotros y escurría hacia el este para seguir escurriendo por el medio de la planicie. Las banquinas elevadas habían transformado el camino en un canal de agua de unos diez a quince centímetros, con corriente en contra nuestra. No paré, solo bajé la velocidad y traté de ir por la misma huella que veníamos, aunque no veía dónde estábamos pisando. El suelo era firme, seguía siendo un camino de ripio, pero ahora con agua.
Hicimos varios kilómetros en esta condición, pensando que en algún punto dejaríamos el agua atrás; pero no fue así. El agua venía del lago en que se habían convertido las salinas, por lo que resultaron unos treinta kilómetros en esta condición. Sinceramente, más que ir levantando agua, no generaba otros problemas; sí, algunos pozos o rocas que nos llevábamos puestos por no ver dónde estaba pisando la moto; no la estaba pasando nada bien y menos mi mujer que se encontraba aterrorizada.
Al llegar a la zona de Cangrejillos, el camino hace una curva muy larga hacia el oeste para luego cerrarse abruptamente hacia el este en forma de u. En ese sector, dejamos el agua atrás. Recuperamos el aliento y continuamos avanzando. Calculo que habían pasado unas dos horas largas para hacer ese tramo.
Más adelante, otro curso de agua no muy ancho cruzaba la ruta. Lo pasamos sin dificultad. Justo saliendo del agua, un vehículo venía de frente; nos hicieron luces y saludaron con gran entusiasmo; calculo que se sorprendieron de vernos. Levanté mi mano y saludé, pero terminamos desparramados en el piso. Nos sorprendió un manchón de barro al frente y con una sola mano, no pude contener el manillar. No hubo consecuencias, más que quedar un poco más sucios de lo que ya estábamos.
Subimos a la moto y seguimos. Se ensució un poco el almohadón del Hombre Araña, el que estaba cumpliendo muy bien su función, dándole algo de confort a mi mujer.
Iba cayendo la tarde; recién habíamos superado algo más de la mitad del camino y nuevamente, la ruta se transformó en un canal de agua. En este punto sabía que teníamos por delante una larguísima recta y lo único que veía adelante era agua y al fondo los primeros cerros bajos del cordón que termina en San Antonio de los Cobres.
La velocidad de desplazamiento no llegaba a veinte kilómetros por hora, un suplicio.
En un corte de banquina nos detuvimos. Le pedí a mi mujer que bajara e intenté sacar la moto del camino y subir a la planicie que estaba seca y a mayor altura. Me costó bastante pasar el montículo de piedras y arena, pero lo logré. Subió mi mujer y continuamos por el costado del camino. Pero no fue algo muy práctico ya que debía esquivar pequeños arbustos, rocas y plantas con espinas. Avanzamos un poco por allí pero decidí volver a la ruta y continuar por el agua.
Más adelante, salimos del agua; otras dos horas de trayecto. A pocos kilómetros encontramos un cementerio a la derecha. Nos detuvimos a hidratarnos, descansar y a tomar unas fotos.



Retomamos la marcha. Ya estábamos acercándonos al Río San Antonio de los Cobres que a esa altura se iba acercando y empezaba a correr paralelo a la ruta. Al llegar a divisar el cruce del río, a unos mil metros delante nuestro, vimos una camioneta blanca que venía de frente y a gran velocidad cruzó por las furiosas aguas que venían de sur a norte, es decir, en contra del sentido de circulación. Mientras nos acercábamos al cruce, notamos que la camioneta giró en U, para volver a encarar el cruce del río en el mismo sentido que debíamos hacer nosotros. Noté que el agua les llegaba a la altura de las puertas y que al pasar el río, patinaban en un tramo de barro de unos treinta metros y luego cruzaban otros dos brazos del río menos profundos. Nos detuvimos para observar. La camioneta siguió rumbo a San Antonio de los Cobres y se detuvo a unos mil metros.
Teníamos por delante una encrucijada. Intentar el cruce y así tratar de llegar a destino, o volver hacia Purmamarca, para llegar a la noche, sabiendo que, más allá de las dificultades pasadas, podríamos llegar.
El río venía con gran fuerza, arrastrando todo lo que encontraba a su paso. La altura, parecía superar los cuarenta o cincuenta centímetros y el lecho, teniendo en cuenta los movimientos de la camioneta que habíamos visto pasar, era bastante complicado.
No le di tiempo de reaccionar a mi mujer y le pedí que se agarrara fuerte. Decidí cruzar el río en diagonal en contra de la corriente. Pensé que si lo hacía en forma perpendicular o en una diagonal a favor de la misma, la corriente nos podría arrastrar y todo terminaría muy mal.
Aceleré la moto en primera marcha y entramos al agua con buena velocidad y fuerza de empuje; así salimos del otro lado del primer brazo del río, no hice tiempo a frenar, terminado con la rueda delantera fuera del camino por haber pasado por encima de un montículo de piedras, de unos cuarenta centímetros de altura; hice equilibrio con la punta de los pies para no caernos. Le pedí a mi mujer que bajada, para poder traer la moto nuevamente al camino. Una vez que bajó, con gran esfuerzo tiré hacía atrás y pude bajar la rueda delantera.
En ese momento, vi que la camioneta de vialidad retornó hasta llegar a nuestro lado. Nos preguntaron a dónde íbamos. Ellos se encontraban haciendo un relevamiento del camino; de hecho, para ellos, el camino no estaba en condiciones de ser transitado y lo que restaba hasta el pueblo, mejoraba a unos kilómetros del río. Ningún vehículo había llegado a San Antonio de los Cobres por esta ni por otra ruta.
Sin consultarle, a mi mujer, le pregunté al chofer si podrían llevarla hasta San Antonio de los Cobres. Ella no estuvo muy de acuerdo en primera instancia, en subir a una camioneta con tres hombres, pero yo sabía que estaría más segura allí, que conmigo en la moto. Crucé los dos brazos del río que faltaban; ellos marchaban delante y se iban alejando. Del otro lado del río, el camino ya no era de ripio sino de barro.
Fui a marcha lenta; era un perfecto inexperto; no sabía que debía pararme en los pedalines para circular en un terreno como ese. Fui patinando en un tramo, pero sin caerme. En un momento, salí del camino y fui por el costado, pero a poco de andar, me iba alejando del camino por los arbustos, piedras y distintos cortes por pequeños cursos de agua que venían bajando de los cerros.
Pronto, volví a la ruta. A unos dos kilómetros, el camino se volvía nuevamente te ripio. Allí estaba la camioneta detenida, esperando mi llegada y mi mujer esperando.
Agradecimos la ayuda y continuamos viaje. Si bien estaba húmedo, en ese tramo se podía transitar con normalidad. Se hicieron cortos los 20 kilómetros, ahora a velocidades normales y así, ya teníamos por delante la vista al pueblo.
A lo lejos vimos sobre nuestra derecha, una multitud. A medida que nos acercábamos, entendimos que era una cancha de fútbol y todo el pueblo estaba allí mirando el partido. Claramente, no era un buen partido y al notar nuestra llegada, casi todos los espectadores se dispusieron a ver a dos locos turistas que llegaban en moto; los únicos que pudieron llegar ese día.
Fue nuestra entrada triunfal. Levantaban sus manos para saludarnos y al devolver el saludo, nuevamente entré a un sector con barro y terminamos desparramados en el piso! Esa sí que fue una entrada triunfal!, una vergüenza!.
Calladitos y conteniendo la risa; felices por haber llegado, subimos a la moto y fuimos al hotel. Dejamos el equipaje y fuimos a Gendarmería para averiguar sobre el estado del camino hacia Tolar Grande. El gendarme nos dijo que estaba cortado por barro y prohibida la circulación. Nos preguntó cómo y cuándo habíamos llegado ya que Vialidad había informado que estaban cortadas todas las rutas. Se sorprendió.


Retornamos al hotel. Una buena ducha caliente y a disfrutar de una exquisita cena para cerrar el día. Afuera, diluviaba. Mañana sería otro día.
