Viajeros, Temporada 2, Capítulo 4

Capítulo 4, Iuya.

Otro día de cielo cubierto y húmedo con pronóstico de lluvias. Todo era diferente a lo que conocíamos. ¿Dónde estaba el sol y el cielo azul?

No importó; vinimos para conocer nuevos lugares y seguiremos intentando cumplir el recorrido.

Luego del desayuno, partimos hacia el norte. Tomamos la RN9; apareció otro elemento que complicaba el viaje, el viento. Transitar la ruta en este tramo es un deleite para todos los sentidos; las curvas son amplias y peraltadas; a medida que avanzamos vamos ganando altura por lo que la combinación con el viento hacen que debamos circular a no más de 80 kilómetros por hora como máximo. Pasamos por Hornaditas, una comunidad originaria mayormente agrícola. Más adelante una gran curva a la izquierda y luego a la derecha en forma de una gran ese, para cruzar un largo puente sobre un río ancho que proviene de la Puna. La ruta va dejando la sinuosidad detrás y vamos entrando en una meseta y los cerros se alejan.

A los 25 kilómetros encontramos el desvío hacia Iruya, tal como lo indica un cartel de vialidad; RP13. Esta vez no caeremos en esa trampa como en el año 2008. Si se ingresa por esa ruta a solo quinientos metros, es necesario atravesar una hondonada muy profunda para cruzar un río mayormente seco. En aquella oportunidad andábamos en una Ford Courier; fue un verdadero suplicio es cruce; pero aquella experiencia frustrada, ya que teníamos un problema en la suspensión de nuestro vehículo, también en enero, nos dejó como lección que el mejor acceso a Iruya, se encuentra continuando quinientos metros más por la RN9.

Tomamos la RP13; la experiencia de hacer este camino en la moto era notablemente mejor que aquella otra en la Courier, sobre todo, teniendo en cuenta que es un camino de cornisa muy angosto en la primera parte hasta llegar a Iturbe, generalmente en mal estado y con mucha piedra suelta. Recuerdo que los golpes de las piedras en la suspensión dañada de la Courier nos hicieron retornar luego del cruce del ancho y caudaloso Río Grande, el mismo que atraviesa toda la extensión de la Quebrada de Humahuaca de norte a sur.

Volviendo a la moto, luego de descender por la cuesta que nos depositaría en Iturbe, llegamos al Río Grande. Hicimos el cruce con mucha precaución pero sin mayores inconvenientes. Luego el camino que sigue estaba con un poco de barro pero con buenas huellas para poder transitarlo. Una pequeña trepada y luego un camino sinuoso, van mostrando un paisaje que de a poco va cambiando a medida que vamos hacia el este. El cielo sigue amenazante. Más adelante pasamos el paraje Chaupi Rodeo; el camino es cada vez más sinuoso y en ascenso. Al costado del camino vemos un pequeño cementerio, pero no nos detenemos, las fotos serán al regreso. Llegamos al abra que se encuentra a 4000 metros de altura y es el límite entre las provincias de Jujuy y Salta. Ya en la provincia de Salta, el cambio del paisaje es notorio. El camino es zigzagueante con pequeñas rectas y curvas de 180° en descenso. El camino que mayormente va entre cerros bajos, sin olvidarnos que estamos a 4000 metros sobre el nivel del mar, se hace muy entretenido; en este tramo no es tan sinuoso, pero todo cambiará repentinamente. Una curva muy cerrada, indica que estamos entrando a una quebrada. La vista es indescriptible. Nos metemos en una especie de cañón; el camino nuevamente es un descenso en cuesta con pequeñas rectas y las típicas curvas a 180°. Al este se observa una de las paredes del cañón; desde éste punto se observa una planicie con impresionantes campos con diferentes cultivos que se diferencian por distintos tonos de verdes con formas casi rectangulares. Un micro con turistas viene en sentido contrario; nos colocamos a un costado del camino, imposible pasar al mismo tiempo. Continuamos el descenso. Ahora vemos el río a nuestra izquierda y al fondo el impresionante paredón de piedra de gran altura.

La cuesta y al fondo los sembrados

De pronto, aparece la esperada imagen: el pueblo de Iruya con su típica Capilla amarilla con techos rojos y cúpula celeste. Nos detenemos para tomar las fotos de rigor.

Iruya

Montamos la moto y continuamos hacia el pueblo. No cantamos victoria; debemos realizar dos cruces por el Río Iruya. Vemos máquinas viales trabajando; una topadora va acomodando el camino que claramente sufre el paso del río que suele bajar con gran caudal en ésta época por las intensas lluvias en los cerros. Las máquinas se detienen y nos dan paso; no fue tan complicado. Ya en el último tramo, sorprende la cantidad de mochileros; no es lo que esperábamos ver. La calle que conduce a la capilla parece bastante nueva, realizada en piedra. Una baranda de seguridad de hierro sobre el lado izquierdo ya que la calle asciende a medida que avanzamos. Llegamos a la rotonda frente a la capilla y nos detenemos. Tomamos fotos. Hay mucho contraste; es extraño; desde lejos se ve más pintoresco que estando allí. Construcciones nuevas en ladrillo hueco; contrastan con las casas antiguas de adobe. No es lo que esperábamos. Detrás de la capilla, el cementerio histórico, ubicado casi al borde del barranco. Debajo, el Río Iruya. Al frente los sembradíos y hacia el norte el gran cañón que parece angostarse. Hicimos fotos en el cementerio.

Luego montamos la moto e hicimos un pequeño recorrido por el pueblo; la calle es muy empinada y la subida complica el desplazarse en moto a marcha lenta; vemos pobladores caminando y algunos turistas; la gran mayoría llega en micros; solo vemos algunas pocas camionetas y algunos autos de lugareños pero ninguna moto; solo nosotros y algunos nos miran sorprendidos.

Cementerio de Iruya

Son las 15 horas. No nos quedaremos mucho tiempo; el paisaje y la vista del pueblo fueron la gran recompensa. Montamos la moto y comenzamos el camino de regreso. Al subir la primera cuesta, el bonus track: un par de cóndores volando dentro del cañadón. Paramos a tomar fotos. Uno de ellos parece habernos detectado. Desde lo alto, comenzó a realizar vuelos circulares descendentes. Efectivamente, nos vió. En un momento pasó sobre nuestras cabezas a unos 20 metros de altura; se sintió el zumbido de su vuelo; la sensación fue indescriptible; mi mujer gritó; nos va a atacar!!!

El Cóndor

Continuó su vuelo; nuestra posición era perfecta. Desde allí logramos ver sus alas desde arriba; ahora estaba volando a menor altura que nuestra ubicación. Fue un espectáculo impresionante.

Majestuoso

Al momento de irnos, apareció un perro; sus ojos eran blancos con una tonalidad suave al celeste; parecía más un lobo que un perro.

El perro lobo.

Montamos la moto y continuamos el camino de regreso. Ahora debíamos parar en el Abra y luego en el cementerio que habíamos dejado para fotografiar. En el abra, comenzó a neviscar. La temperatura era muy baja, cercana a los cero grados; quien sabe, tal vez menos. El sensor de la cámara de mi mujer se trabó por la baja temperatura y no disparaba. En este punto recordé que mucha gente nos decía siempre, ¿no hace calor en el norte en verano?; claro que no, menos en la altura. Calor hace en invierno cuando los días son de sol pleno y no hay una sola nube en el cielo. Pero en la altura, las temperaturas son siempre bajas, aunque cuando hay presencia de sol, todo cambia.

Cuando estábamos llegando al cruce con la RN9, nos sorprendió un diluvio. Justo en el cruce, hay un refugio para que las personas puedan esperar los micros de transporte. Entramos la moto y allí nos quedamos esperando que el tiempo mejore.

En un momento bajó la intensidad de la lluvia por lo que sin mayores esperanzas de que cesara por completo, montamos la moto y encaramos el asfalto hacia Humahuca. Nos empapamos. Mi calzado, unas botas de tracking de tela y gamuza, chorreaban agua. Los guantes estaban completamente mojados y mis dedos congelados. A mitad de camino, la lluvia cesó y asomó por primera vez un tibio sol. Ya cerca de Humahuaca y gracias al viento, estaba casi seco.

Llegamos al hotel. Anotamos nuestro primer recorrido cumplido según el plan.

Capítulo siguiente