Capítulo 3, Frustrado con suerte.
Luego de pasar la noche, nos levantamos temprano ya que tendríamos un día duro por delante. Nuevamente el tiempo no acompañaba; había llovido toda la noche; el cielo nuevamente se presentaba totalmente cubierto. Luego de desayunar, cargué el equipaje en la moto, nos abrigamos y partimos.
Tomamos la RP73 rumbo al este. El camino es de ripio con mucha piedra laja. A poco de dejar Humahuaca, debimos cruzar varios ríos secos con bastante material suelto; todo marchaba bien.
A medida que ascendíamos, el camino se iba angostando y se ponía más difícil. El paisaje se hacía cada vez más bello. Los colores en diferentes tonos de rojo se mezclaban con blancos, grises, rosas y verdes de algunos sembradíos. El cielo, cada vez más oscuro con nubarrones negros. El ripio iba cambiando a un color también rojizo. El serpenteo por momentos se hacía intenso; trepadas y cuestas con curvas de 180°;

Hicimos una primera parada en el paraje Pukará. Bajamos de la moto y apenas la toqué, cayó al piso. Casi me muero. Entré en pánico; pero rápidamente me dispuse a levantarla. Resultó imposible con la carga; pero también por mi inexperiencia en el tema. Traté de tranquilizarme; pensaba que algo de la moto se podría haber roto. En un momento, la tomé por el manillar y la pude levantar con la ayuda de mi mujer. Todo estaba en su lugar. Ningún rasguño. Tanto las alforjas como el bolso, habían hecho de defensa para que nada se rompa ni se raye.

Pasado el momento y luego de unas fotos, continuamos viaje. Seguíamos ganando altura; el paisaje continuaba ofreciendo múltiples colores; pero el camino, cada vez más duro. Volvimos a parar para sacar más fotos. Esta vez presté más atención para apoyar la moto de modo que no se vuelva a caer. Mientras mi esposa hacía su tarea, me dispuse a mirar cuántos kilómetros habíamos realizado. No lo podía creer. Apenas llevábamos cuarenta kilómetros y hacía más de dos horas que estábamos sobre la moto. Por delante, quedaban más de ciento treinta kilómetros.

Continuamos viaje; pasamos por el paraje Cianzo y luego Palca de Aparzo; estos parajes son habitados por comunidades originarias; no son lugares turísticos y los lugareños nos miraban con cierto asombro y muy pocas ganas de comunicarse. Al llegar a Aparzo, entendí que habíamos confundido el camino y debimos retroceder para retomar nuevamente la RP73. Había comenzado a llover, aunque con poca intensidad. Más adelante una nueva trepada. Nos estábamos acercando al Abra del Zenta. El camino se fue transformando, dejando de ser de ripio y piedra para comenzar a predominar el barro colorado.
En una subida, encontramos un camión detenido al costado del camino; tres personas estaban realizando una reparación. Me detuve y les pregunté si estaban bien; respondieron que si y que se dirigían a Santa Ana. La subida era de barro y no había mucho espacio para pasar. Pero, sin ninguna experiencia, encaré la subida con buena aceleración. Logramos pasar, pero patinando un poco.

Aquí empecé a pensar que la aventura que habíamos encarado no era tan fácil. El camino más adelante se transformó en camino de cornisa. La belleza del paisaje me seguía motivando, pero la llovizna y el frío empezaban a preocuparme. El camino cada vez más barroso y menos ripio. Próximos al Abra del Zenta y en una curva muy cerrada, la rueda trasera de la moto patinó; la rueda delantera encaró al precipicio; mi reacción fue tan rápida como instintiva; bajé el pié derecho y tras apoyarlo en el camino, enderecé la moto, continuando por el camino. Esto que relato ocurrió en menos de un segundo. Ahora la llovizna se había transformado en nevisca. Los copos caían lentos y cada vez más grandes. Entendí que era hora de detenernos y pensar si valía la pena continuar cuando ya había puesto en riesgo nuestras vidas.
Mi mujer no dudó y estuvo de acuerdo que era momento de abortar el viaje y regresar a Humahuaca. No me sentí frustrado; por el contrario, entendí que habíamos disfrutado de un paseo tan extraordinario como complicado y que regresar volviendo a disfrutar el paisaje, era lo mejor que podíamos hacer. Estábamos en el segundo día de nuestras vacaciones, no tenía ningún sentido asumir más riesgos.

Con mucha precaución, di vuelta la moto y comenzamos el descenso. Llegamos a Humahuaca y por suerte pudimos alojarnos nuevamente en el mismo jóstel donde habíamos parado. Llovió durante toda la noche, llegando a caer agua sobre nuestra cama.

A la mañana siguiente, conversamos con el dueño del lugar. Le contamos nuestra aventura y nos dio una información que nos dejó aún más contentos de haber decidido regresar. Luego de Santa Ana, no había camino; solo un sendero Incaico de unos cinco kilómetros por donde se pasa caminando hacía Valle Colorado.

