Capítulo 1, La Chata
Pasados unos tres meses desde enero, tras haber padecido las inclementes lluvias y algunas neviscas de verano en el NOA y teniendo en cuenta que el asiento de la Yamaja XTZ250 no había resultado nada placentero para mi mujer, comenzamos a planear las vacaciones de invierno. La lógica indicaba que era la mejor época para completar el recorrido por la Puna que había quedado inconcluso.
Ésta vez pensamos que sería más adecuado alquilar una camioneta 4 por 4 en Salta para viajar confortables en lugar de una moto. Además no teníamos la ropa adecuada como para lanzarnos a una nueva aventura en moto; pensábamos que la 4 por 4 nos daría la posibilidad de atravesar caminos complicados con calefacción y más seguridad.
Esta vez saldríamos acompañados de mi hermana, su marido y mi ahijada, ellos en su auto y nosotros en nuestro Alfa 156. Salimos un viernes a última hora con destino a Rafaela, para hacer noche y continuar al día siguiente a Salta. Para ellos sería su primer viaje al NOA por lo que harían recorridos ya conocidos por nosotros. La primera noche, los llevamos a La Casona del Molino y al día siguiente tomaríamos nuestra camioneta alquilada para dirigirnos a Tolar Grande, mientras que ellos harían su recorrido por la ciudad de Salta. La idea era encontrarnos unos días más adelante en Humahuaca.
A la mañana siguiente fuimos por la Amarok. Luego partimos a un barrio privado del dueño de la agencia para dejar nuestro auto guardado hasta nuestro regreso. Una vez en la chata, compramos algo para el viaje y partimos hacia San Antonio de los Cobres.
Ya en la RN51, el día se presentaba helado pero totalmente despejado. Luego de pasar Ingeniero Maurí, entramos en la zona de ripio, actualmente asfaltada. Mientras disfrutaba de la chata y el paisaje, íbamos escuchando, Aquí llega el Sol de Los Beatles en la versión remasterizada, un placer indescriptible.
Llegamos a San Antonio de los Cobres y paramos a comer algo en un comedor típico de viajeros. Estábamos solos; nos sentamos y una señorita nos vino a atender. Luego de tomar el pedido, encendió la TV y la puso a altísimo volumen. Esta es una costumbre que tienen para los camioneros y viajantes que suelen parar allí, pero para nosotros era algo muy desagradable, por lo que me dispuse a bajar el volumen.
Luego de almorzar, retomamos viaje hacia nuestro primer destino, Tolar Grande. A poco de andar, la Puna nos dio la bienvenida. A pesar de no ser nuestra primera vez en este lugar, haber llegado de Buenos Aires el día anterior y subir tan rápido a los 4.000 metros sobre el nivel del mar, nos produjo un leve malestar, típico de apunamiento. Habíamos tomado la precaución de ir tomando té de coca durante el viaje, pero no fue suficiente. A mi mujer le pegó más fuerte que a mí y la estaba pasando un poco mal.
Pasamos por el paraje Pastos Amarillos pero no paramos a tomar fotos por ese malestar; luego en el paraje Olacapato, giramos a la izquierda en la RP27. El sol rajaba la tierra y el cielo no podía ser más azul. A unos 30 kilómetros entramos en el Salar de Pocitos y luego al paraje del mismo nombre donde tomamos conciencia de lo duro que suele ser recorrer estos caminos: una camioneta 4 por 4 estaba al costado del camino calzada sobre tacos y sin dos de sus ruedas por haber roto los neumáticos, los que se encontraban tirados a un costado, totalmente destruidos con la banda de rodamiento hecha flecos.
Continuamos viajando; en ese tramo el camino va sobre el salar y es bastante fácil tener alguna rotura con las filosas rocas sueltas o en algún descuido, con alguna salida de pista. Es necesario tomarlo con la debida precaución para no arruinar las vacaciones. Más adelante paramos en el cruce del camino con las vías del Tren a las Nubes para hacer fotos; el malestar parecía haber aflojado un poco. Armamos el trípode para hacer unas cuantas fotos a la vez que nos íbamos aclimatando a la dura Puna.



Continuamos viaje; una larga recta de unos 13 o 14 kilómetros, nos alejó del salar para colocarnos en una zona sinuosa y muy pintoresca, totalmente de tierra de un color marrón tirando al rojo. Más adelante pasamos el paraje Siete Curvas y luego llegamos al mítico Desierto del Diablo, donde volvimos a parar para fotografiar el increíble paisaje.


En un punto una curva de 180° nos pone en medio de una especie de cañadón por donde debemos circular; todos es del mismo color marrón rojizo; no se puede describir la belleza. El camino continúa sinuoso con pequeñas bardas a ambos lados. Pronto vamos girando lentamente hacia el oeste para bordear un cordón montañoso y luego en sentido norte, dejando el cerro Macón a nuestra izquierda. De a poco van apareciendo pastizales y las clásicas tolas (Baccharis incarum) que dan nombre a Tolar Grande. Llegamos al arco de bienvenida, donde paramos para hacer fotografías; desde allí se puede divisar el pueblo; es emocionante la inmensidad de la Puna, con los grandes cordones montañosos a lo lejos, entre ellos el Volcán Llullaillaco con su cima nevada, lugar donde fueron halladas los niños del Llullaillaco que se exhiben en el Museo de Alta Montaña de Salta.
Llegamos a nuestro destino. El frio es tremendo y el sol ya estaba bajando, para mostrarnos una postal que quedaría grabada para siempre en nuestras retinas.


