Capítulo 7, El Click
Hicimos muchas paradas; mientras mi mujer buscaba la foto perfecta, yo miraba la moto. ¿Dónde estoy? me preguntaba a cada momento. Hace menos de treinta horas estaba tomando un avión en Buenos Aires, a mil quinientos kilómetros de aquí y ahora estoy montando una motocicleta que nunca vi en mi vida. La reviso, observo las partes del motor, la voy descubriendo; observo los neumáticos, las llantas. Hasta aquí, la moto solo era un aparato mecánico que habíamos utilizado para cumplir una misión. Pero ahora, con más calma y en medio de un paisaje paradisíaco, estaba empezando a descubrirla, sin darme cuenta, a quererla. Claro que es un objeto y se supone que uno no tiene sentimientos por los objetos. Pero algo estaba pasando. Estaba empezando a sentir algo muy diferente, algo que no había experimentado nunca.
Continuamos el paseo; ya cuando apuntamos nuevamente hacia el pueblo, decidimos hacer un vídeo dejando una cámara colplix apoyada en una roca, para grabarnos pasando montados en la moto.
Cargamos combustible en Cachi y partimos hacia La Paya; a diez kilómetros al sur de Cachi por la RN40, tramo sinuoso y de ripio, para luego tomar un camino de piedra de tres kilómetros hacia el oeste; allí, cruzando el Río, se encuentra el sitio Arqueológico La Paya que ya hemos recorrido en otros viajes; ésta vez solo lo veremos de lejos, es tarde y queremos llegar a la casa de campo. Allí nos esperaba Virginia con la amabilidad y calidez de siempre; la mejor comida de los Valles y un vino casero de la finca elaborado por su padre, un vino de gran cuerpo e intenso como pocos; una verdadera exquisitez. Cenamos y descansamos allí.

A la mañana siguiente, el día se volvió a presentar con el cielo azul y a pleno sol. Así fue en todo el recorrido, incluyendo el descenso de la Cuesta del Obispo y a hasta llegar a la ciudad de Salta; previa parada en el pueblo La Merced para almorzar unas empanadas y una gaseosa. Durante el almuerzo le sugerí a mi mujer que podríamos repetir esta experiencia en las próximas vacaciones.

A las 16:00 horas, tomamos el vuelo de regreso a casa. A las 21 horas estábamos en casa. Todavía no podíamos procesar todo lo vivido. No lo sabíamos, pero habíamos sido infectados por un virus, el más sano del mundo. Nos habíamos convertido en motoviajeros.

Fin de la temporada